La desigualdad es no tener lo que otros tienen. Si una persona trabaja cierto número de horas por un salario y otra tiene una jornada laboral menor con un ingreso mayor, sin duda hay desigualdad. En este sentido la desigualdad social es un hecho, como ver anochecer o salir el sol.
Sin embargo, la desigualdad no es interesante sólo porque existe. En realidad, su importancia radica en creer que buena parte de ella no debiera de existir. Si pensamos que es bueno que a trabajos iguales correspondan salarios iguales, el que alguien gane más trabajando menos tendría que corregirse. Cuando lo que las personas poseen difiere de lo que nuestros valores recomiendan, la desigualdad se convierte en un problema.
Así como preguntamos por qué algunos ganan más trabajando menos y proponemos respuestas, podemos cuestionar si es conveniente o no para la sociedad el que esto ocurra y plantear razones para nuestro juicio. En el primer caso esperamos encontrar la verdad mientras que en el segundo el bien, y en ambos casos es factible encontrar más de una contestación a nuestra inquietud. En el caso de la desigualdad, sin duda hay más de una respuesta al preguntarnos por qué debemos ocuparnos de ella.
Una primera motivación es la felicidad humana que es posible imaginar como denominador común entre nosotros. Cuando las personas con mayores recursos mejoran su posición, su contribución al bienestar general puede ser menor que cuando progresa una persona con menores recursos. Un peso extra suele hacer más feliz al pobre que al rico, por lo que la desigualdad reduce el bienestar social.
Una segunda razón son los riesgos de la vida. Si es probable que caigamos en la situación de los demás, ya sea para mejorar o empeorar, preferiríamos atenuar las cargas de la mala suerte y moderar las ganancias de la buena fortuna. Así, si para todos existe la misma probabilidad de ganarse la lotería o sufrir una catástrofe, preferiríamos atemperar los extremos con una distribución más igualitaria de los recursos sociales.
Un tercer motivo, similar al anterior, es el desconocimiento absoluto de muchos de los aspectos centrales de nuestra existencia, en donde ni siquiera se puede hablar de lo probable. Si existe total incertidumbre respecto a la posición que se ocupará dentro de una sociedad, es razonable escoger reglas que procuren impulsar la posición de los menos aventajados, pues uno podría estar en ella. Lo anterior no es otra cosa que una forma de recomendar menos desigualdad ante infortunios imprevisibles.
Otra motivación proviene del papel central que le damos a los seres humanos en contraposición a los objetos o los animales. Las experiencias valiosas de las personas son únicas e irrepetibles, por lo que todas requieren de una igual esfera de protección para llevarse a cabo. Igualdad de derechos y defensa de iguales libertades sería lo deseable socialmente.
Finalmente, si las diferencias en el desempeño social de las personas no sólo reflejan las consecuencias de sus decisiones sino también circunstancias fuera de su control que las ponen en desventaja, es razonable compensar tales circunstancias. No se puede hacer responsable a un individuo de recompensas o castigos por lo que está fuera de su control, como el género con el que nace, su origen étnico o sus antecedentes familiares. Para restituir el valor de la responsabilidad personal es necesario igualar el punto de partida de hombres y mujeres, grupos étnicos o individuos con herencias diferentes; sólo así podremos apreciar la aceptable desigualdad proveniente de la libertad para elegir.
Pero la desigualdad no sólo es cuestionable por la consideración de los demás o algún sentido de la justicia. También puede ser preocupante por los motivos más egoístas imaginables. A las razones éticas antes citadas se le pueden sumar diversas razones pragmáticas: la desigualdad puede generar la desintegración de los lazos interpersonales, un clima de hostilidad, violencia y crimen, conflictos sociales y en último término consecuencias indeseables incluso para los que se encuentran en las mejores posiciones dentro de la desigualdad existente. Por interés propio, puede evitarse una desigualdad social que inhibe la cooperación y genera la envidia, que promueve la agresividad o la confrontación, que no favorece el respeto a los derechos ajenos y justifica el delito, y que puede ser caldo de cultivo para la rebelión social.
Aunque por múltiples motivos la desigualdad social sea inconveniente, debemos preguntarnos a qué igual-dad debemos aspirar. A mi parecer, la igualdad pertinente corresponde a la libertad para vivir como persona: es la igualdad para poder generar frutos con nuestro esfuerzo aunque los frutos generados no sean los mismos entre las personas; es la igualdad para integrarnos dignamente a la sociedad que nos rodea aunque la forma específica de integración difiera según cada caso; es la igualdad para perseguir nuestros planes de vida aunque cada vida resulte diferente; es la igualdad para alcanzar cierta comprensión del mundo y de nuestra existencia aunque cada uno les dé un sentido distinto; es, en último término, la igualdad de oportunidades para ejercer significativamente nuestra autonomía como personas.
rodolfo.delatorre@prodigy.net.mx
Director de la Oficina del Informe Nacional de Desarrollo Humano
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